miércoles, 3 de octubre de 2012

El lobo solitario


Hace mucho, en un reino donde habitaba la magia, vivía entre montañas un anciano solitario, que no albergaba en su corazón ningún sentimiento. Ninguna emoción albergaba su corazón, pues nunca jamás le hubieron enseñado alguno.
     En un caseto de madera, tristemente decorado, con algunos pocos muebles y tan poca esperanza igualmente, el anciano cuidaba de su pequeño ganado y de algunos metros de tierra que pagaba al rey asiduamente.
      No tenía habilidades especiales, no era experto en nada, sabía poco de muchas cosas. Lo único que bien hacía era sobrevivir en una montaña fría pero eso, y él lo sabía, no era vida.
       Fue en una oscura y cruda noche que se quedó dormido mirando la fogata en su chimenea, cómo crepitaban las chispas, de un lado a otro, muy coquetas, soñó  con el calor de una mujer, con la exquisitez de sus manos en su cuello rozar, con una familia cariñosa y un perro protector, que lo esperaba en la entrada, igual que cada mañana.
      Tan profundo fue su sueño que apenas notó como aquellas juguetonas cenizas, caían al suelo de madera, que pronto se extendía y lo envolvía en una tumba de ardoroso fuego.
     Casi muere, es cierto, pero un venado golpeó con fuerza su puerta y dando coces se adentró en la cabaña de madera. El ruido despertó al anciano del ensueño que rápidamente se vio disipando las llamas. Lo ocurrido produjo heridas mortales en el ciervo, aunque el hombre, viejo, sufrió achaques en el pescuezo y tuvo que refrescarse el pecho.
     Un venado herido era un buen aporte de alimento pero ¿cómo matar a quién lo había salvado? Así bien, curó al venado, le proporcionó agua y arropo en lo que quedaba de noche y por la mañana, dejando la puerta abierta, el ciervo volvió al bosque.
     Aquella misma tarde, en una ronda matutina para recoger trufas y otros hongos, se apareció ante él aquel animal majestuoso, con heridas notables en su pelaje y astillada la cornamenta. Qué querrá el animal, que se presenta tan galante ante un posible atacante.
     Las robustas patas se convirtieron en finas extremidades, las astas en cabello y el hocico de rumiante en cara de doncella.
    Una voz fresca como una mañana de primavera se dirigió al viejo: ¿Acaso no sabéis anciano, a quién habéis salvado? Tenéis amable corazón aunque repudiéis de ello ¿qué puedo daros que esté en mi mano?
     El hombre solitario así vivía porque él quería. Aunque nadie lo entendiese, él veía alrededor su mejor compañía: Todo cuanto pido, sino es deseo baldío, es quedarme en este bosque aún cuando la muerte me lleve. Si los años que poseo me los dieras de nuevo, nada me haría más feliz que ver en otras criaturas la familia que tanto he amado.
      Así y para siempre, la ninfa del bosque convirtió al anciano en lobo, y le dio tantos años de vida como los que ya había vivido. Así pues, el anciano lobo protegía el bosque y todas las demás bestias. Si algo malo ocurriera, él estaba alerta y aullaba a la luna en señal de alarma.

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