Hace mucho, en un reino donde
habitaba la magia, vivía entre montañas un anciano solitario, que no albergaba
en su corazón ningún sentimiento. Ninguna emoción albergaba su corazón, pues
nunca jamás le hubieron enseñado alguno.
En un caseto de madera, tristemente
decorado, con algunos pocos muebles y tan poca esperanza igualmente, el anciano
cuidaba de su pequeño ganado y de algunos metros de tierra que pagaba al rey
asiduamente.
No tenía habilidades especiales,
no era experto en nada, sabía poco de muchas cosas. Lo único que bien hacía era
sobrevivir en una montaña fría pero eso, y él lo sabía, no era vida.
Fue en una oscura y cruda
noche que se quedó dormido mirando la fogata en su chimenea, cómo crepitaban
las chispas, de un lado a otro, muy coquetas, soñó con el calor de una mujer, con la exquisitez
de sus manos en su cuello rozar, con una familia cariñosa y un perro protector,
que lo esperaba en la entrada, igual que cada mañana.
Tan profundo fue su sueño que
apenas notó como aquellas juguetonas cenizas, caían al suelo de madera, que
pronto se extendía y lo envolvía en una tumba de ardoroso fuego.
Casi muere, es cierto, pero un
venado golpeó con fuerza su puerta y dando coces se adentró en la cabaña de
madera. El ruido despertó al anciano del ensueño que rápidamente se vio disipando
las llamas. Lo ocurrido produjo heridas mortales en el ciervo, aunque el
hombre, viejo, sufrió achaques en el pescuezo y tuvo que refrescarse el pecho.
Un venado herido era un buen
aporte de alimento pero ¿cómo matar a quién lo había salvado? Así bien, curó al
venado, le proporcionó agua y arropo en lo que quedaba de noche y por la
mañana, dejando la puerta abierta, el ciervo volvió al bosque.
Aquella misma tarde, en una ronda
matutina para recoger trufas y otros hongos, se apareció ante él aquel animal
majestuoso, con heridas notables en su pelaje y astillada la cornamenta. Qué
querrá el animal, que se presenta tan galante ante un posible atacante.
Las robustas patas se
convirtieron en finas extremidades, las astas en cabello y el hocico de
rumiante en cara de doncella.
Una voz fresca como una mañana de
primavera se dirigió al viejo: ¿Acaso no sabéis anciano, a quién habéis
salvado? Tenéis amable corazón aunque repudiéis de ello ¿qué puedo daros que
esté en mi mano?
El hombre solitario así vivía
porque él quería. Aunque nadie lo entendiese, él veía alrededor su mejor
compañía: Todo cuanto pido, sino es deseo baldío, es quedarme en este bosque
aún cuando la muerte me lleve. Si los años que poseo me los dieras de nuevo,
nada me haría más feliz que ver en otras criaturas la familia que tanto he
amado.
Así y para siempre, la ninfa del
bosque convirtió al anciano en lobo, y le dio tantos años de vida como los que
ya había vivido. Así pues, el anciano lobo protegía el bosque y todas las demás
bestias. Si algo malo ocurriera, él estaba alerta y aullaba a la luna en señal
de alarma.
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