martes, 25 de febrero de 2014

La bruja Roja

NinaRi recortaba pececillos de papel en su habitación cuando entre el celofán y los folios de colores encontró papel de plata, pensó que el plateado daría un toque vivo a los pececitos para su fiesta de cumpleaños, que coincidía con la fiesta de “el pescado de abril”. A NinaRi le encantaba decorar sus cumpleaños con pececitos de colores, así el festejo era más divertido y todos se hacían bromas.

Cogió las tijeras e intentó cortar el papel de plata. Se le daba bien cortar, no era como los otros niños de su clase, que dejaban los bordes comidos y desiguales pero aquel papel no cedía a la cuchilla de las tijeras. Le dio la vuelta: Una niña de alma apasionada liberará una tierra mermada. Las palabras brillaban muy juntas en el papel, con una caligrafía alargada que se retorcía en los extremos. “¡Será una broma!” pensó ella.

Escuchó un silbido dentro de su cabeza, que la llamaba entre soplidos “ven niña, niña del ArcoIris, ven y vuela conmigo, vuela“. Detrás, el espejito de su cómoda comenzó a brillar. Se acercó con la curiosidad imprudente y osada de los niños. Si aquello era una broma, era la mejor broma que había visto jamás.

Cogió el espejito pero no vio su reflejo, sólo vio un arcoiris que se marchitaba. De pronto todo fue oscuridad, escuchó un sonido tan fuerte que se acurrucó y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos pudo ver de nuevo como el arcoiris permanecía en el cielo mientras sus colores se derramaban como se derrama el agua de un vaso.

Enfrente una lechuza la miraba con ojos enormes y amarillos: “Por fin has venido, niña de los mil colores. Te llamas NinaRi ¿verdad? Ahora lo sé, lo sé porque estás aquí.”

Y ¿dónde estoy?” se preguntó NinaRi, pero no se atrevió a decirlo, persona o animal, aquella lechuza era un desconocido. “Estás en Inversa, pequeña NinaRi, te he traído para que me ayudes.”

El ave hablaba, aunque no pronunciaba ningún sonido pero ella lo escuchaba en su cabeza. Pluma le explicó que Inversa era un mundo mágico, donde los colores tenían gran importancia, más incluso que respirar o comer. Pero uno de los colores quería resaltar sobre los demás, el rojo, o mejor dicho La Roja. Roja quería que toda Inversa fuese de su color y para ello empezó a esconder los colores debajo del cielo.

Pluma le indicó que sólo una criatura como ella, de todos los colores, podía sacar los demás colores y repartirlos.“Pero están debajo del cielo, no sé cómo llegar allí, ni siquiera puedo llegar a alcanzarlo”. “Piensa en números NinaRi, si juegas con los números, los colores también querrán venir a jugar” contestó el ave.

En su colegio pintaba números en el suelo y jugaba a la rayuela con sus amigas pero necesitaba tizas de colores. De repente una suave brisa rozó su hombro, y flotando apareció una caja de tizas blancas. El viento de la necesidad siempre llevaba las cosas a donde eran necesarias. Así que pintó una gran rayuela en el suelo y NinaRi comenzó a jugar mientras Pluma silbaba una cancioncilla “tengo unas tijeritas que se abren y se cierran. Yo toco cielo, yo toco tierra…”.

Poco a poco, la tiza blanca del suelo comenzó a cambiar de color, después del blanco vino el azul, después el amarillo, el naranja y el violeta, y finalmente el verde. La rayuela entera era de todos los colores del arcoiris y en las zonas donde se unían aparecieron colores nuevos.

Ya tenía los colores con ella pero ¿cómo repartirlos? Todo en aquel mundo le pareció muy divertido, así que se le ocurrió que lo mejor sería seguir jugando. Llevaba un vestido blanco con un cinturoncito rojo, a juego con la boina que esa mañana le había regalado su madre. Su madre… “¿se enfadará mamá si…? ¡No! No porque no lo mancharé ¡son colores!”. NinaRi tenía una idea, una fantástica idea: se llevaría los colores en su vestido. Al arcoiris sólo le faltaba un color, el rojo, y en su vestido faltaban todos los demás.

Enseguida su vestido se volvió multicolor y Pluma alzó el vuelo: “sígueme amiga roja, amiga de mil colores”. NinaRi comenzó a correr y cuando estuvo cansada apareció a su lado un caballo color berenjena, y la tomó en su lomo y cabalgó tan rápido que el tiempo se detuvo. Pero mientras corría, los colores se fueron esparciendo y poco a poco desaparecieron de su vestido hasta que fue blanco de nuevo. A su alrededor todo había recobrado sus colores: el cielo era celeste, el césped verde, el sol amarillo y naranja, las nubes blancas, rosadas, el gamo pardo, las flores de cientos de colores y lo que no había pérdido sus colores ahora brillaba con más fuerza.

“Ven niña, ven rápido” Pluma la esperaba bajo un manzano y le explicó que para acabar con la bruja roja tendría que masticar algo rojo, una manzana por ejemplo. Apareció a su lado el Lago Espejo, el que todo lo muestra pero no vio su reflejo. En su lugar había una muchacha, mayor que ella, con un vestido rojo y una boina roja, y una manzana en su mano. NinaRi la observó “es la Bruja Roja ¡muerde la manzana, date prisa!” ululó Pluma en su mente. NinaRi la mordió y el reflejo hizo lo mismo. Tragó y la acidez le raspó la garganta pero siguió mordiendo hasta que el reflejo desapareció del todo.

Había vencido, había devuelto los colores a Inversa y había acabado con la Bruja Roja. Después Clandestino le mostró su extraño país y conoció al Rey Blanco. Conoció a muchas fantásticas criaturas y antes de que terminara el día, NinaRi se cansó y durmió.

“Despierta mi pequeña NinaRi ¡hoy es tu cumpleaños!” mamá le traía el desayuno a la cama, como en todos sus cumpleaños: zumo natural, croissant, baghette con mermelada… y una boina roja envuelta en papel de regalo.


* esta historia es una precuela de "El Secreto"

miércoles, 8 de mayo de 2013

La Chica Dragón

Sucedió hace cientos de años en un  lugar extraño un suceso extraño. Fue en un valle áspero, de tierra rojiza y aire cargado, bien protegido de males ajenos, rodeado de volcanes dormidos que muy de vez en cuando soltaban una bocanada oscura de sus pulmones de azufre. Sus habitantes andaban descalzos con callosidades en los pies, negros, quemados por el calor, y a pesar del fuego no sentían el calor, los niños allí nacidos tenían la piel dura que rara vez se rasgaba o arañaba. La gente era fuerte como escamas de dragón.
        En una extraña noche, donde la luna no era más que un anillo de luz con fondo oscuro e interior oscuro, la reina dio a luz un huevo. El huevo era dorado, de dos palmos de diámetro, tenía incrustaciones de escamas plateadas y brillaba como una hermosa joya. Supieron en seguida que se trataba de un huevo de dragón, leyendas había muchas sobre aquellas criaturas pero jamás se había vuelto a ver ninguna y por respeto o por miedo fue conservado entre almohadones en una sala del castillo, pero como el suceso fue tan extraño nadie habló de él.
        Pasaron algunos meses, en los que el huevo fue olvidado en aquella alejada sala a la que nadie entraba pero en un amanecer rojo como la sangre un volcán explotó y mientras los habitantes del reino sacaban agua de los pozos subterráneos para apagar la ira del fuego, empezó a arder el ala oeste del castillo, allí se encontraba el hermoso huevo dorado.
        Una vez se calmó el volcán, el fuego pudo ser controlado y la reina corrió a descubrir el destino de su hermoso huevo. La habitación entera había ardido y el pasillo se había teñido de negro carbón, la reina cogió entre sus manos el huevo, que ya no era dorado sino negro, oscuro y feo, temieron la ira del dragón y que éstos volvieran pero algo extraño sucedió. La cáscara comenzó a romperse, de su interior eclosionó una niña pequeña, rubia de ojos claros con la piel tersa y fina, al ponerla en el suelo comenzó a llorar y vieron quemaduras en sus pies. No era hija del Valle de Fuego, no aguantaría el calor.
        A pesar de todo, seguía siendo la niña del huevo y la hija del rey, aunque fuera desde las alturas, el trono le correspondía, así que construyeron para ella una alta torre, que sobresalía por encima del más alto volcán y allí el aire era puro y limpio.
       Unos años después llegó la desgracia, el volcán volvió a explotar y esta vez lo siguieron todos los demás. El valle quedó cubierto de lava y sobresalía en medio de aquel espeso mar, una torre. La princesa lloraba: qué sería ahora de ella, quién la iba a cuidar. Para colmo de sus males, volvieron los dragones. Ella conocía las viejas historias, su madre se las había contado, eran feroces criaturas que escupían fuego por sus fauces y ningún temor tenían, pues su magia los protegía.
       Pasaron varios días en los que ni siquiera salió de su cama, había sentido a un dragón posarse en su tejado y lo había visto surcar el cielo con sus alas negras. En alguna ocasión éste asomó la cabeza y rugió a la princesa pero apenas cabía ni la mitad de su boca por la ventana. Sus colmillos eran terribles, oscuros también, salvo su lengua que era violeta y los ojos de carmesí, todo el dragón era la misma noche.
       En uno de esos días, la princesa apreció un patrón, el dragón volvía por las noches, gruñía por su ventana y luego se iba, cuando volvía la miraba, aparecía su gran ojo y la observaba, después se iba y desde el tejado gruñía de nuevo hasta que se dormía. Poco a poco, la princesa dejó de tenerle terror, se asomaba a la ventana e incluso le hablaba al dragón y los patrones siempre se repetían. No le hacía daño e incluso parecía que la fiera le sonreía.
        Comenzó a acariciarlo, éste se dejaba acariciar y aunque había más dragones, éstos la ignoraban. El Dragón Negro les rugía y desaparecían, o trazaban círculos en el cielo, o envolvían la torre de nubes, o cantaban mirando la luna. Y fuera como fuese, comenzó a amar a los dragones y los comprendía. Se atrevió en una de esas a lanzarse al vacío y su dragón fue a su encuentro, la recogió en su espalda y surcaron el cielo. Poco a poco comenzó a descender y ella temió el fuego pero la lava estaba fría y lisa, su tacto fue suave y el único calor lo produjo el sol, a su alrededor se posaron los dragones: uno era rojo con los ojos anaranjados, otro púrpura con alas rosadas, otro era verde con reflejos amarillos, había también un dragón azul, otro plateado, un dragón dorado pero ninguno era negro. Todos inclinaron la cabeza ante ella y para su asombro, apareció un joven con el cabello oscuro como la noche.
        Cientos de años atrás habían quedado desde que los dragones abandonaron el valle y el motivo había sido el nacimiento de un niño. Una fría mañana, los volcanes se habían dormido y una dragona dio a luz un niño.


jueves, 2 de mayo de 2013

El Dragoncito

Había una vez una dragona que vivía en un valle muy bonito, situado entre dos montañas coronadas de nieve. En el valle había un campo de flores de muchos colores y todos los animales que allí vivían eran muy felices, excepto la dragona. Y es que esta dragona quería un dragoncito, y todas las noches esperaba que una cigüeña le trajera de París un bebé dragón. Pero siempre amanecía sin que apareciera la cigüeña.
Mamá dragona estaba muy triste porque ella quería tener su dragoncito y cuidar de él, y llevarlo a jugar al campo con las ardillas y los pequeños cervatillos. Un día, Mamá dragona se desesperó y se propuso ir a París para preguntarle a la cigüeña porqué no le llevaba a su dragoncito. Así que Mamá dragona salió del valle y dejó atrás las montañas.
 Caminando se encontró con dos enormes dragones que peleaban y Mamá dragona, asustada, les preguntó por qué lo hacían. El dragón rojo, enfurecido, le dijo: “Es este dragón negro, que no quiere darme ese hueso”.
Y el dragón negro replicó enseguida: “¡Eso es mentira! La culpa la tiene el dragón rojo, que no quiere dejarme su cueva”.
Mamá dragona meditó largamente, hasta que le dijo al dragón negro: “Ese hueso es tan grande como una ballena, suficiente para alimentar a los dos durante un año ¿por qué no lo compartís?”
El dragón negro contestó: “No me parece correcto. Yo encontré ese hueso solo. No quiero compartirlo”.
Mamá dragona dijo: “Entiendo lo que dices. Buscaré otra solución”. Y Mamá dragona volvió a meditar cómo podía ayudar a dragón negro y a dragón rojo.
Y dirigiéndose al dragón rojo, le dijo: “Señor dragón ¿podría enseñarme su cueva? Sólo quiero verla, se lo prometo”.
El dragón rojo asintió, y los tres fueron a ver su cueva. La cueva era tan grande como una montaña entera y Mamá dragona quedó sorprendida. Les dijo: “Pero esta cueva es muy grande, lo suficiente para que duerman los dos ¿Por qué no la compartís?”.
El dragón rojo replicó: “No me parece correcto. Yo solo encontré esta cueva. Lo recuerdo perfectamente, era una noche de tormenta y llovía a cántaros”.
Mamá dragona volvió a decir: “Entiendo lo que dices. Buscaré otra solución”.
Entonces Mamá dragona meditó una vez más, esta vez más tiempo que las anteriores. Después de mucho meditar, Mamá dragona dijo: “¡Ahora ya encontré la solución perfecta! Los dos tienen algo que el otro quiere, y creo que si tú, dragón negro, puedes compartir tu hueso con él, el dragón rojo puede compartir la cueva contigo, y los dos seréis felices”. Y los dos dragones quedaron muy complacidos.
“¿Cómo podemos ayudarte, Señora dragona? Tú nos has ayudado a nosotros, y nos parece justo que ahora te ayudemos a ti”. Dijeron los dos dragones, que ahora eran muy felices. Mamá dragona se puso triste y les contó que ella había estado esperando mucho tiempo a que una cigüeña le trajera de París un dragoncito a quien cuidar y dar amor.
En ese momento, se oyó una pequeña vocecita que venía de detrás de unos arbustos, que decía: “No desesperes más, Señora dragona, yo soy la cigüeña que buscas. No podía llegar a tu valle porque estos dos dragones estaban peleando, y a mi me daba mucho miedo. Pero he visto lo que has hecho, y no se me ocurre una mamá mejor para este dragoncito que traigo”. Y escondido en una manta había un pequeño dragón que dormía. Era muy bonito, con escamas violetas que brillaban con los reflejos del sol.
Mamá dragona estaba muy feliz, y después de mostrarle todo su agradecimiento a la cigüeña, volvió feliz a su valle con su dragoncito, que la seguía feliz porque él también llevaba mucho tiempo esperando una mamá que lo amara.
Y junto con ellos fueron también dragón rojo y dragón negro, que ahora eran muy amigos, y todos cuidaron y jugaron con el dragoncito en aquel bonito valle, escondido entre dos montañas.


miércoles, 17 de abril de 2013

Corazón de León

Hay amantes que cantan halagos a través de una lira, otros que se miran y embelesan en las alturas de un balcón y también hay amantes que, por pena o por fortuna, mueren a causa de su amor.
El verano fue angosto, la guerra había llegado, el Rey reclamaba la soberanía de las tierras del norte, donde se alzaba valiente el pueblo de los Leones. Sus cabelleras siempre ondeando al viento, sus armas afiladas, su fuerza daba terror.
Lina era la guía de aquel pueblo libre y su corazón era frío como el hielo, sus manos fuertes como ramas y su voz era más tenaz que el rugido de un león. Encabezaba la marcha, ésta sería la decisiva, pues muchos hombres habían caído ya de ambos bandos, el destino de los pueblos se decidiría en esa batalla.
Había sido una guerra de muchos años, muchos años de muerte y muchas muertes de inocentes, y quién comenzó aquella contienda.
Veinte años atrás León Borngrab, el nacido entre los rugidos de la noche, hijo del honorable Rey Meildton desertó de su posición y amenazó al Rey, su hermano menor Meildton II. Llevaba en las venas la sangre de su madre, Lenora la dama del sur, conocida en muchos reinos no sólo por su hermosura sino también por el brío de sus actos y sus palabras, defendía su condición como defendía a su pueblo.
Lina era su vivo retrato, hermosura y bravura en un mismo cuerpo, pero el corazón se hace débil si alguien consigue alcanzarlo.
La compañía se estableció ante las puertas de la ciudadela, al amanecer la guardia real abriría sus puertas y atacaría al pueblo libre, comenzaría el fin de la gran guerra: morirían hombres libres y valientes o soldados nobles leales a su rey.
Por la noche, mientras todos dormían, el capitán de la guardia, hijo adoptivo del rey, se escabulló a través de la muralla hacia la playa, donde se encontraría con su amada. Recordó a aquel que desertó de su posición, el instigador de esa guerra, pero quién puede resistirse a los designios del corazón. Había sido un hijo tierno, un capitán compasivo y un soldado virtuoso, pero era también un amante en la sombra, un amante prohibido, un amante prófugo, un traidor.
Allí estaba ella, con su melena al viento, sus pies en la orilla del mar, la blanca espuma empapando los bajos de su falda rala. Vestida de doncella no parecía un guerrero, debían matarse y eso lo sabían pero de noche se amaban, sólo la luz de la luna los protegía.
Se abrazaron y entre suspiros escuchó de sus labios la trayectoria que su amor tomaría: Yo soy y el león y tú eres la distancia entre mi presa y yo.
Antes de besarse, antes de separarse, antes del amanecer y la muerte, él contesto: Yo soy un Rey y tú un Corazón de León.
Salió el sol como un torrente, bañó de luz el campo de batalla y antes de que se alzara al mediodía, el pueblo libre de hombres como leones se alzó vencedor. El capitán y futuro rey murió a manos de Lina, que sería proclamada auténtica reina, heredera de Lenora, desposada con Meildton, de aquel territorio.
Pero la joven reina murió, no por envenenamiento ni tampoco por lesión, fue su corazón de león la que la llevó a su perdición. Esperó a la noche, a la última luna de su amor y bajo la protección del astro lunar se lanzó al vacío, desde un acantilado al mar.
Había matado a su amado, que era a la vez su adversario. Él sujetó su mano, clavó la daga de ella en el estómago y murió para que ella triunfara. Se unieron de la peor forma pensada, de nada sirvió la batalla pues los que serían reyes estaban ahora, en su tumba de agua salada.
- Tú eres mi Rey y yo tu Corazón de León -fueron sus últimas palabras.

viernes, 5 de abril de 2013

El secreto

El sol seguía saliendo por el este, el cielo era azul y el olor a petunias del parque seguía entrando por el balcón pero no, ese día no iba a ser como los demás.
            Recibió el primer mensaje hace nueve años y casi había logrado convencerse de que aquella aventura no había sido sino un sueño de la infancia pero ahí estaba, como aquella vez, un papel de plata pegado al espejo.
            Su madre se cansó de escuchar historias sobre una lechuza parlante y un mundo extraordinario donde un color era el gobernante. Ahora vivía con su padre y lo único que echaba de menos era la visión de la Torre Eiffel desde su habitación.
            Al Rey Blanco no le gustaba que le hicieran esperar así que dejó los recuerdos del pasado para otro momento y leyó la nota: “NinaRi, pequeña NinaRi, encuentra la manzana de rubí y sálvame”.
            Era increíble, dos recuerdos de Francia en un mismo día. Ahora la llamaban Nina a secas, sin esa ridícula ‘r francesa’ que le traía recuerdos de un divorcio, una madre incrédula y un sueño infantil sobre un mundo imaginario. No, no era imaginario, era real, fantástico pero real y ahora necesitaban de nuevo su ayuda.
            Dobló el papel de plata y lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta, se colocó ante el espejo y miró su reflejo. No, si lo hacía, lo haría bien. Revolvió en su viejo baúl buscando aquel detalle tan francés que le regaló su madre antes de desaparecer durante una semana, cuando aún eran amigas.
            Se puso su boina roja y volvió frente al espejo. Tres palmaditas al corazón, tres golpes al espejo. Estaba preparada. Cerró los ojos y extendió el brazo. No había dudas, no había miedo. NinaRi regresaba a Inversa.
            Abrió los ojos, allí estaba de nuevo, puede que nadie tuviera conocimiento de aquel maravilloso lugar pero ahí, donde estaba, ella era la heroína de todos los tiempos. Alguien la saludó desde el cielo, era Pluma, una lechuza que lo sabía todo de lo que era necesario, es decir, no sabe de algo hasta que no es necesario, esa era su habilidad.
            “Bonjour, chère amie”. No había olvidado su idioma materno, su acento fue excelente. Le habría gustado hablar más con su vieja amiga pero el tiempo apremia y la luna no tardaría en esconderse. Extendió el papel de plata en el suelo, las letras se iluminaron y apareció ante ella el “Laberinto de lo Buscado”.
            Lo recordaba como un juego pero se había hecho mayor, no era momento de ponerse a jugar, tenía suerte de que Pluma la ayudara. La guiaba a un lado o a otro, hasta que al cabo de unas horas llegó al centro del laberinto. Un gran árbol blanco y un letrero “Quise ser gigante y rozar las nubes. Quise cambiar de ambiente y favor no tuve”.
            “Es el Rey Blanco, la Bruja Roja lo transformó en árbol y desde entonces, perenne, observa las estaciones” ululó Pluma en su mente. Comprendió que la manzana de rubí era el corazón del rey pero ¿dónde encontrarlo?
            Llamó a Clandestino, su caballo, su amigo, su fiel montura. Su habilidad era detener el tiempo y así fue hasta que llegaron al Monte Sincero “¡Muéstrame montaña, dónde está la manzana!”.
            Se vio a sí misma con ocho años mordiendo una manzana de Inversa: blanca la cáscara, roja la pulpa. Era ella, con un rubí por corazón, héroe y bruja a la vez, cuya alma de niña quedó atrapada en un mundo extraño que ahora quería gobernar.
            Así fue como se detuvo el tiempo en Inversa, y eso era algo que Pluma ya sabía.

* Relato presentado al concurso de relatos hiperbreves Ma non troppo del blog 'La siguiente la pago yo'


miércoles, 13 de marzo de 2013

El ángel que cayó en la tentación


Cuentan que hace cientos de años en una tierra lejana donde no existía el dolor, los espíritus del bien convivían juntos en las tierras de las nubes, observando a los seres terrenales de cerca y compartiendo el mundo con éstos, los animales y las plantas. Todos ellos vivían felices en un jardín precioso, sin muertes ni maldad, donde no estaba permitido alimentarse porque tampoco era necesario, allí todos los seres vivos se servían de la paz y la armonía, y de la compañía de los otros seres.
La tranquilidad se quebró cuando uno de los espíritus se enamoró de un ser de la tierra, y aquello estaba prohibido porque todos debían amarse y cuidarse por igual, y nunca jamás por encima de otro ser. Pero este ser, el ángel de alas doradas no pudo resistirse a los jugosos labios de Eva, y la deseaba.
Cada tarde Eva mecía sus cabellos al viento, charlando con la serpiente del manzano y escuchaba la melodía en el aire, la música que el ángel de alas doradas tocaba para ella en una flauta dulce, y desde allá arriba la observaba sin atreverse a tocarla si quiera.
Una noche junto al lago de plata, la doncella refrescaba sus pies, envueltos en un halo de belleza y quitándose su traje de seda metióse en las aguas a embadurnar su contorno en aguas brillantes. Entonces el ángel no pudo resistirse más porque extendió sus alas de oro, y parecía que el día volvía después de la calurosa noche, bajó hasta la tierra y con la punta de su dedo índice tocó los labios de Eva, sujetó su barbilla en alto para verla y aquellos ojos verdes como esmeraldas lo perdieron para siempre.
El padre de la creación se enteró de tan tremendo despecho: la extensión de sí mismo, su más fiel creación, la parte de su esencia que pertenecía a la razón, le había traicionado. El ángel, bajando desde los cielos a la tierra firme, tocó los seres impuros creados de partículas impuras, que no habían salido en su totalidad de la esencia misma del creador. Y eso lo enfadó, condenando a los dos amantes a las calamidades del corazón.
Creó como castigo el dolor, la pena, la muerte y la deshonra. Extendió estos sentimientos a los corazones de ambos seres y por siempre jamás les hizo sufrir de tal modo que quedaron apartados de aquel jardín, aunque no en presencia pero sí en sentimiento, porque las demás criaturas ya no entendían el corazón de Eva y no atendían a la razón del ángel dorado, se había perdido para siempre la conexión con el mundo astral.
Poco a poco comenzaron a surgir las sospechas, la lujuria, el odio, el miedo, el rencor… Poco a poco los amantes dejaron de ser amantes, y poco a poco los buenos sentimientos, el amor, la dicha, la pasión… desaparecieron, y jamás se los volvió a ver.
El ángel dorado extendió sus alas y alzó sus manos al cielo, implorando perdón. El creador le permitió volver a su nube, pero como castigo lo obligó a no volver a mirar jamás la tierra, y la razón se fue con él.
A Eva, por otro lado, la castigó con la culpa. No podría volver a enlazar su mente con la de los demás seres y además, también la condenó a no poder olvidar jamás su amor. Así que Eva permaneció hasta el final de los tiempos anhelando un amor que la abandonó, mientras el amado, en su nube, la ignora mirando al cielo, donde solo podrá descubrir la unión de la luna y el sol.


El origen de los animales domésticos


Hace mucho tiempo, cuando Dios estaba creando las especies, es decir, a todos los animales que viven en la tierra, Adán, el primer hombre, le dijo a Dios:
- Señor, me encuentro solo, dame un amigo que me haga compañía.
Y Dios llamó al lobo salvaje que corría por el bosque y le dijo que hiciera llamar a su hermano manso, el perro, y lo domesticó para que viviera con el hombre.
        
Adán estuvo viviendo un tiempo con el perro, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
         - Señor, mi perro siente hambre y yo también, dame por favor, un animal que nos dé carne.
         Y Dios, bondadoso, acudió al ciervo, el alimento del lobo en el bosque, y el ciervo le envió a su hermana mansa, la cabra, y la domesticó para que viviera con el hombre y darle su carne.
        
Adán pudo vivir un tiempo con su perro manteniéndose con la carne y la leche de la cabra, pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
         - Señor, la carne de la cabra estaba sabrosa, pero necesito un animal más grande, mi perro y yo tenemos el hambre de un león.
         Dios, una vez más, acudió al león y le pidió un búfalo, la carne de la que él se alimentaba, viviendo salvaje en la savanah. En cambio, el león le ofreció a la vaca, que era mansa. Y Dios la domesticó para dársela a Adán.

         Adán y el perro vivieron juntos un tiempo, alimentándose de la carne y la leche que la cabra y la vaca le proporcionaban. Pero al cabo de unos días llamó otra vez a Dios:
         - Señor, he cogido estos huevos de codorniz para alimentarme pero son muy pequeños y esta ave muy salvaje, por lo que rara vez me la encuentro.
         Y Dios hizo llamar a la gallina, que era un ave mayor que la codorniz, y la domesticó para que viviera con el hombre.

Adán pudo vivir mucho tiempo manteniéndose con la carne, la leche y los huevos de los animales que Dios había domesticado para él, pero un día llamó a Dios otra vez:
- Señor, he intentado domesticar al avestruz para que me dé huevos mayores que los de la gallina, pero si lo dejo libre desea escapar y no quedarse conmigo como la gallina.
Y Dios respondió:
- Claro Adán, he creado salvaje al avestruz y aunque tú lo domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.
- Pero Señor, -dijo Adán- he intentado domesticar a la serpiente para que viva conmigo pero si la dejo libre me intenta atacar.
Y Dios respondió:
- Claro Adán, he creado salvaje a la serpiente y aunque tú la domestiques para que viva contigo, siempre será salvaje en su interior.
- Pero Señor, -replicó Adán- he intentado domesticar al ave para que cante para mi pero si lo dejo libre, desea escapar.
Y Dios respondió:
-Claro Adán, he creado a las aves salvajes y aunque tú las encierres en jaulas, siempre serán salvajes en su interior.

Y Adán comprendió que Dios había domesticado muchos animales para él para que le hicieran la vida más fácil, como: el perro, la cabra, la vaca, la gallina… que necesitaban al hombre para que les diera cobijo y alimento.
         Pero también comprendió que había otros muchos animales que vivían felices siendo salvajes, sin el hombre, en los bosques, selvas, desiertos… y que aunque el hombre los atrapara y domesticase, seguirían siendo salvajes en su interior, como lo eran: el lobo, el león, el ciervo y todas las aves y los animales del mar.