Cuentan que hace cientos de años
en una tierra lejana donde no existía el dolor, los espíritus del bien
convivían juntos en las tierras de las nubes, observando a los seres terrenales
de cerca y compartiendo el mundo con éstos, los animales y las plantas. Todos
ellos vivían felices en un jardín precioso, sin muertes ni maldad, donde no
estaba permitido alimentarse porque tampoco era necesario, allí todos los seres
vivos se servían de la paz y la armonía, y de la compañía de los otros seres.
La
tranquilidad se quebró cuando uno de los espíritus se enamoró de un ser de la
tierra, y aquello estaba prohibido porque todos debían amarse y cuidarse por
igual, y nunca jamás por encima de otro ser. Pero este ser, el ángel de alas doradas
no pudo resistirse a los jugosos labios de Eva, y la deseaba.
Cada tarde Eva
mecía sus cabellos al viento, charlando con la serpiente del manzano y
escuchaba la melodía en el aire, la música que el ángel de alas doradas tocaba
para ella en una flauta dulce, y desde allá arriba la observaba sin atreverse a
tocarla si quiera.
Una noche
junto al lago de plata, la doncella refrescaba sus pies, envueltos en un halo
de belleza y quitándose su traje de seda metióse en las aguas a embadurnar su
contorno en aguas brillantes. Entonces el ángel no pudo resistirse más porque
extendió sus alas de oro, y parecía que el día volvía después de la calurosa
noche, bajó hasta la tierra y con la punta de su dedo índice tocó los labios de
Eva, sujetó su barbilla en alto para verla y aquellos ojos verdes como
esmeraldas lo perdieron para siempre.
El padre de la
creación se enteró de tan tremendo despecho: la extensión de sí mismo, su más
fiel creación, la parte de su esencia que pertenecía a la razón, le había
traicionado. El ángel, bajando desde los cielos a la tierra firme, tocó los
seres impuros creados de partículas impuras, que no habían salido en su
totalidad de la esencia misma del creador. Y eso lo enfadó, condenando a los
dos amantes a las calamidades del corazón.
Creó como
castigo el dolor, la pena, la muerte y la deshonra. Extendió estos sentimientos
a los corazones de ambos seres y por siempre jamás les hizo sufrir de tal modo
que quedaron apartados de aquel jardín, aunque no en presencia pero sí en
sentimiento, porque las demás criaturas ya no entendían el corazón de Eva y no
atendían a la razón del ángel dorado, se había perdido para siempre la conexión
con el mundo astral.
Poco a poco
comenzaron a surgir las sospechas, la lujuria, el odio, el miedo, el rencor… Poco
a poco los amantes dejaron de ser amantes, y poco a poco los buenos
sentimientos, el amor, la dicha, la pasión… desaparecieron, y jamás se los
volvió a ver.
El ángel
dorado extendió sus alas y alzó sus manos al cielo, implorando perdón. El
creador le permitió volver a su nube, pero como castigo lo obligó a no volver a
mirar jamás la tierra, y la razón se fue con él.
A Eva, por
otro lado, la castigó con la culpa. No podría volver a enlazar su mente con la
de los demás seres y además, también la condenó a no poder olvidar jamás su
amor. Así que Eva permaneció hasta el final de los tiempos anhelando un amor
que la abandonó, mientras el amado, en su nube, la ignora mirando al cielo,
donde solo podrá descubrir la unión de la luna y el sol.
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