jueves, 24 de enero de 2013

La Luna y el Océano

Al principio de los tiempos, cuando todos los espíritus caminaban sobre La Tierra con forma humana, existió un amor tan grande como el universo, el de Praengh y su amada, la hermosa Emmargor.

Emmargor era el espíritu de las aguas, y gustaba de peinar sus cabellos junto algún río y todos los peces estaban enamorados de sus ojos aguamarina, del brillo de su piel, como si miles de minúsculas gotitas la hubieran salpicado, enamorados de sus cantos de sirena.

Pero el corazón de Emmargor pertenecía a Praengh, el cuidador de la vida. Praengh recorría todos los días la totalidad de la superficie terrestre para asegurarse de que todos los seres vivían felices y en paz, por eso ninguno de ellos sentía envidia por el amor que Emmargor profesaba hacia él.

Excepto Kresgor, el espíritu del fuego, fuerte, rencoroso, enamorado del espíritu del mar y anhelaba poder tocarla, envidiando a Praengh por esta razón.

Un día Kresgor llamó a Emmargor para que se acercara a sus tierras, al lugar donde el fuego brotaba del suelo, el hogar de los volcanes. Cuando ella quiso darse cuenta del calor que aquella zona desprendía fue demasiado tarde y su cuerpo se fue deshaciendo lentamente, hasta que al final sólo era agua.

Cuando Praengh volvió aquella noche descubrió el mar y reconoció el brillo de los ojos de Emmargor.

Tan apenado quedó que comenzó a descuidar los seres del planeta, olvidándose de su cometido porque sólo podía pensar en su amada. Así que los otros espíritus encerraron el alma de Praengh en una esfera de roca y la lanzaron al cielo, y desde allí observa Praengh a su amada sin poder tocarla siquiera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario