miércoles, 23 de enero de 2013

Piel Canela

2ª Parte

Dos objetos llamaron la atención de las chicas, la Abuela sostenía en sus manos unas viejas tijeras de coser y la otra muchacha un carrete de cordón grueso color negro. Se fijaron en 12, muy diferente ahora del que habían visto salvarlas de aquella increíble marabunta, con la cabeza baja mirando al suelo, sentado en aquel pequeño salón quejumbroso y oscuro, en el sillón más alejado de la puerta, como atrapado en una jaula. Las mujeres, una a cada lado, sentada en los otros dos sillones laterales lo miraban con una sonrisa, con el sentimiento de saber que aquel hombre era una rata que les pertenecía. Entonces 12 estiró su mano derecha y dejó ver que bajo su manga un trozo de aquel cordel negro le rodeaba la muñeca, dejando colgar un trozo a modo de correa.

Mientras la joven muchacha le cortaba el cordel viejo de su mano y la Abuela se acercaba por el otro lado para amarrarle un nuevo trozo de cordel del mismo modo que el anterior, ésta escupió unas pocas palabras que dejó ver su desgastada dentadura amarilla: “Renovar la cuerda es que nos perteneces”, “No lo olvides, tu vida a nuestro servicio” aclaró la Morena.

Carla y Canela, al otro lado de la ventana, pensaban qué podría haber ocurrido para que un hombre tan grande y fuerte como 12 se viera obligado a regalar su vida a un par de gitanas harapientas. Había dado la noche tras esa ventana cuando por fin 12 se levantó del sillón, con la misma expresión de tristeza y preocupación con la que había estado toda la tarde. No podían soportarlo más, un impulso las llevó a ponerse frente a la puerta de la entrada cuando las gitanas la abrieron para dejar escapar a su “rehén”, y las vieron allí delante plantadas, una sonrisa de malicia se les iluminó en la cara y la expresión de 12 también se acentuó. Las hicieron entrar, preguntaron lo que querían saber y las gitanas respondieron.

Pasaron unas dos horas cuando terminaron de hablar y, a pesar de que aparentemente nada malo había ocurrido en aquella habitación, cuando dieron un paso para salir de la casucha fea en la que se encontraban sintieron como un enorme pesar se les echaba encima, 12 bajó aún más la cabeza. La puerta se cerró detrás de ellos, vieron como a un par de metros, los hombres que habían estado jugando al baloncesto toda la tarde pararon para mirar con odio a los que salían de la casa de las gitanas. Bajaron los tres escalones que les separaba del suelo y 12 las agarró del hombro, ellas se volvieron y vieron unos ojos casi llorosos: “Escuchadme, pase lo que pase no volváis más a este lugar, lo que ocurre está muy por encima de vuestras posibilidades. Yo estaré bien”.

Carla y Canela empezaron a caminar, intentando recordar por dónde habían venido, pero tanta fue la curiosidad con la que caminaban que ya no recordaban por dónde habían pasado. Caminaron entre un montón de calles oscuras hasta que sin saber cómo, llegaron de nuevo a la gasolinera, justo donde habían visto por primera vez a 12, a un lado de la gasolinera, pero esta vez ya no había nadie, era como si lo ocurrido no hubiese sucedido nunca. Ninguna sabía qué pensar, estaban desconcertadas, ¿había sido real o sólo un sueño? Volvieron a sus casas solas, con aquella duda en sus cabezas.

Al día siguiente Canela volvió al lugar de la noche anterior, algo la empujaba a averiguar si 12 existió de verdad, porque si era así necesitaba ayuda. Partió desde la cafetería La Imperial intentando reconstruir sus pasos de aquella noche; al fin llegó al descampado donde estaban jugando los hombres de raza afroamericana, al igual que el día anterior, bajo el caluroso sol del mediodía, parecía como si fuese al mediodía cuando se abría la puerta a aquel horrible lugar apartado de la mano de Dios, y por la noche cuando se abría la de salida.

Canela se dirigió a la casa de las gitanas y cuando se acercó a la puerta ésta se abrió de repente, como si las gitanas supieran ya desde antes que ella iba a estar ahí, detrás de la puerta, justo en ese instante. Canela sintió como una extraña fuerza la empujaba a sentarse en el mismo sillón donde lo había hecho 12 el día anterior, y fue la misma expresión de preocupación y tristeza la que se dibujó en su cara. Pasaron las horas con ella atrapada allí dentro.

De noche se escuchó un ruido, no un ruido cualquiera, era un estruendo espantoso, después se escuchó otro y cada vez eran más seguidos. Centenares de bombas caían del cielo, se oían los gritos de las personas, ya no había nadie en la cancha de baloncesto, las tres mujeres salieron corriendo de la casa sin saber a dónde dirigirse. El pánico se apoderó de la ciudad.


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